Ponga atención, ponga el acento en lo que considere será la llave de su
talento, escaparate de joyas, capacidades y baratijas. Acento es
montaña, llanura y cavernas, aguda la idea, llana la mente, esdrújula la
bruja blanca, la que entre canteras de oro esculpe al dios de las
letras para que parezca el sarmiento de la sabiduría escrita.
Vidas
átonas, esas que no escriben acentos, que igual les da lo que digan, lo
que escuchen lo que ocurra, porque todo es lineal en las letras, que ya
vendrá la sorpresa, el llanto, el dolor o la alegría, vestida de
musaraña, para repartir acentos y dejar la fiesta en nada, como la sala
de espera del hospital de la cuesta.
Acentos, colores de las letras
que ya pintar no os quieren, como gotitas de lluvia que señalan la
canción de lo que contamos ser. Acentos rojos, azules, grises en la
llanura, blancos los invisibles que no acentúan aunque tono tienen,
tonadillera es la voz que marca el son, sin perder el buen humor aunque
el acento la vida ponga en la desgracia sufrida, en las venturas por
venir. Esas imaginarias, luminarias de esperanza que sonrisas posan en
el campo de semillas, que un día serán acento de nuevo vivir para el
niño.
Muerte no lleva acento, vida no lleva acento, ni bueno, ni
malo, ni loco, ni gordo ni flaco. Se quedaron esperando en la llanura
sin marca, pudiendo pasar de puntillas, o tener presencia exacta, entre
valles esperando la agudeza del firmamento, la esdrújula picardía del
hombre, siempre desembocando en la llanura.
Acento tampoco tiene por
méritos el amor como concepto, ni la palabra que llora que le pongan
ese golpe, ese que hace resuene el desfiladero del miedo, abriendo ríos
de acentos por las aguas del vivir. Oigan señores lectores, que pocos
acentos encuentro en este corrillo de letras, que van buscando la tilde
como la silla del que se fue a Sevilla.
Pasión, ese acento que no
olvida ni el moribundo que escribe su última voluntad, pasiones que de
paso roban el acento a la pasión. Ilusión, dale y dale con la aguda
contundencia de quien conduce un camión, al final la carretera desdibuja
el horizonte para dormir la canción que nana parece entre luces
estrelladas bajo la luna menguante.
Acentúen sus sueños, aprendan a
acentuar, dándole golpes de teclas al piano de su corazón. Miren por la
ventana del tiempo, entre gigantes y cabezudos, alcantarillas de luz,
praderas de oscuridad. Y si escribir con acentos, supone reescribir la
vida, No duden en coger la pluma, recordar la llanura, la cima y el
valle, escudriñar en su brújula, para pintar monigotes que a escribir
nos enseñarán. Esos que todos tenemos, esos de trapo y espuma de olas de
un día tan lejano cómo cercano, que la mano conducirá hacia destinos de
libertad. Palabra aguda para el uso de los gobernantes, llana para los
esclavos de un mundo feliz, esdrújula sin soniquete para quienes saben
hacer el torniquete a la sangría de nuestra imaginación.
Y acabo
esta retahíla mirando desde el balcón, tan breve como florido de rosales
y buganvillas, marco para un bello cuadro, sin más acento que el
tiento, ese de sonreír, al sentir la playa moverse, como las huellas
descalzas. Para tomar el café cada mañana mirando los ojos del porvenir.
JMFP
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