jose maria

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sábado, 5 de agosto de 2017

LA MALA...

La Mala la llamaban entre dientes, sin saber qué la diosa no miraba la torre de marfil que toca el cielo con sus manos eternas y severas pinceladas de geranios entre balcones de vida. Mala porque altiva mira a los que dicen ser buenos, porque no da limosna a los que mendigan la dignidad. Mala porque los corazones no son lisonjas que decora en su collage, ese de vida y trozos de la más bella creatividad, la que de nada. Parece surgir para coser una primavera de abril.
Mala la dicen porque no perdona ni pide perdón, sin saber el mundanal susurro que la mala no ha hecho daño sin una buena razón. La de guardar sus principios, salvaguardar su lealtad al designio de su más alta pasión. Mala le dicen a la suerte, cuando el tonto de capirote, esperando parecer listo, invoca tan dulce presencia para cagar los pañales de su mente infantiloide. Mala cosecha, quizás porqués tiempo de cambiar la cebada por trigo, mala baba, la que el domingo de ramos, cualquier domingo del año, a trabajar llama el jefe, cuando la toalla colgaba suplicando un hueco en la playa.
Malas artes esas que dicen tener y usar los que entre sombras hacen trampas a la vida que a su vez se entrampa en historias de dormir para no dormir. Artes no hay malas, salvo que rujan cansadas de tanta belleza y rutina que ya no encienden la chispa de la mirada candente que se apaga cómo el cirio, con el soplido del sacristán que las puertas cierra al convento para que no entre la luz.
Mala porque no me hace caso, mala porque no mira al suelo, porque el orgullo es bandera y la palabra metralla contra la vil ignorancia travestida de intelecto. Mala vida le dicen al yonqui, al borracho y al tarado, mala vida que acuna sueños lejanos para volver a nacer en la orilla de un ancho río, que no se sabe si es mar.
Mala mar, escudriña el capitán, mirando sin contemplar, tan solo dejando que el viento haga de la mar la mala para hacer volar el barco, más allá de la odisea que el argonauta contó. Mala dicen la madrastra y el padrastro, seres de cuentos infames, etiquetados por la siniestra sombra del redactor. Mala la cara del mal encarado, la del que muriéndose esta sin saberlo pero eso sí, amarilleando los ojos, la piel se vuelve ceniza.
Mala muerte la de aquellos que enterrados a escondidas, no pudieron ser despedidos, como perros murieron entre pecados que contaron, se inventaron por ventura, para ser el escarnio de los próceres de bondad. Mala, suelta el pelo a carcajadas, en este domingo de urnas, de playa flaca y al perro todo son pulgas. El beso aplaca a la Mala, dibujando su sonrisa, esa que de mala es tan bella, que nunca se borra de golpe, salvo cuando un golpe de timón da.
JMFP

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